Foto: El Confidencial
El domingo es caluroso, la maleta pesa más que yo, mi madre llora y mi padre la abraza sin consolarla. Ya pasó el verano de octavo de EGB, repleto de bicicleta, piscina y partidos de baloncesto. La rutina era maravillosa, no por repetitiva me dejaba de enamorar. Desayuno a las nueve, reunión en la plaza con bicicleta a las diez, recorridos varios, comida a las dos, no tocar lo que no suena a papá y mamá hasta las 4 y media, hora de salir hacia la piscina, que dejábamos a la hora que cerraba, después hacia las canastas, hasta que el sol se ponía. Cena y hasta las doce en la calle con los amigos. Si existiera una máquina del tiempo me hubiera quedado en uno de esos días para siempre, cualquiera de ellos me vale, bien, miento, uno me vale más que los otros.
Todos los que habéis sido adolescentes sospecháis de que hablo, no hay nada mejor que el primer beso, y ese me ha llegado durante este verano. La historia no es que sea muy original, podemos dejarlo en que chico conoce a chica, chico se enamora de chica, chico besa a chica y ese día es el mejor. Días después la chica besa a otro chico, pero esa es otra historia, aunque todos los primeros besos siempre terminan en besos con otros o con otras. La historia es tan vieja como la humanidad o como mi bisabuelo.
Ella es rubia, de Madrid, venía a pasar los veranos a Sotillo, y aquí estábamos todos, esperando la novedad que aparecía el día de San Juan. Llegaban ellas, y también ellos. El disparo de salida a todos los sueños veraniegos, que pocos se cumplían, pero alguno no salía del todo mal. Se llama Verónica, me contó que no podía tener otro nombre, el padre era muy taurino y ese nombre era el primero y único de la lista si era una niña, su hermano era Manuel, por Manolete, “no ha habido un torero mejor en toda la historia” me dijo que repetía su padre. Yo seré así, si tengo un hijo le llamaré Ignacio, como Solozábal, el mejor base que he visto nunca. No es el que mejor pasa, ni el que mejor tira, ni el que más balones roba, pero es el mejor. Si fuera niña no lo tengo claro, de baloncesto la mejor fue Encarnación Hernández, que siguió jugando durante la Guerra Civil partidos de exhibición, tanta gente muriendo, seguro que alegró durante unas horas muchas vidas jugando a nuestro deporte. También fue entrenadora y árbitro. Me contó su historia mi madre, que la vio jugar un partido en Madrid, y me explicó que la llamaban la “Niña del Gancho”, que no sabía porqué. Yo supongo que sería porque debía tener un gancho como el de Kareem Abdul Jabbar, pero con nuestro sello, más de aquí. Ponerle a mi hija Encarnación, es que no creo que guste mucho a mi futura mujer este nombre, ni a mí, me suena a tía que vive solterona en el pueblo y prepara un chocolate con churros cojonudo.
Si me caso con una americana y vivo allí eso será complicado, allí hay jugadores muy buenos, y seguro que en unos años saldrán muchos más. Si vivo aquí no le pondré a mis hijos nombres americanos, no pegaría nada un John o una Nancy, todos se reirían de ella en la escuela, te llamas como la muñeca, y cada Navidad le cantarían la misma canción.
“Las muñecas de Famosa se dirigen al portal
para hacer llegar al niño su cariño y su amistad
y Jesús en el pesebre se rie porque está alegre,
y Jesús en el pesebre se rie porque está alegre.
Nochebuena de amor, Navidad jubilosa,
es el mensaje feliz de las muñecas Famosa.”
Pobrecita, y el niño llamándose Johny estarían siempre pensando que viene de otro planeta, que no es de aquí y no lo dejarían tranquilo. Pobrecito, con lo crueles que somos los niños. “Johny le besa el culo al pony.” Ni los malos de las pelis de 007 llegan a nuestro nivel de maldad, y eso que nos conocemos y nos tenemos cierto cariño, a un niño desconocido le podríamos decir de todo, eso lo harían mis amigos, yo no soy así, soy un poco mejor o un poco peor.
Allí estaba Verónica, con su pelo amarillo y sus ojos cambiantes, unos días verdes y otros azules. Por la mañana andábamos con las bicicletas, por la tarde en la piscina y en las canastas, por la noche callejeando y solucionando los problemas del mundo. Los adultos no se enteran, complican demasiado la sencillez de este mundo que podría ser perfecto. Ellos no ven lo sencillo y lo siguen destruyendo. Nosotros somos crueles pero vamos de cara, cuando te haces mayor ere más malo, pero te gusta apuñalar por la espalda. Si das la. cara todo son sonrisas, y cuando ves la espalda ya sacas la navaja y a por la carne. Hay guerras, siempre mueren los pobres y buena gente, mientras que los gobernantes siguen vivos, y cuando pierden se van a otro país y siguen tan contentos. Unos dicen que los buenos son los rusos, otro que los americanos, pero yo creo que todos son culpables de cada muerto que hay para conseguir el país, y que elegir un bando siempre está mal, porque siempre hay maldad en los dos lados. Yo sólo defiendo a los míos, mi familia y mis amigos, el resto andan por ahí, sin hacer nada por mí como yo no hago nada por ellos.
Cuando le cuento esto a mi padre me explica que él también era así de niño, pero creció y se convirtió en un gilipollas como el resto, y que nada se puede hacer, con la edad todos nos volvemos igual de idiotas y para eso no hay cura, y que por mucho que avance la ciencia esto no tiene solución posible.
Y una de esas tardes donde el sol parece que no vaya a esconderse nunca mientras va enrojeciendo el cielo, estábamos jugando otro de nuestros partidos. Los chicos sudando y bebiendo agua de la fuente, mientras que las chicas nos miraban y hablaban de sus cosas, de la que nosotros no entendíamos ni la mitad, y eso no va a cambiar con el paso de los años, eso lo repite mi tío que ha tenido más novias que títulos de liga el Real Madrid.
-Si metes una canasta desde medio campo te doy un beso -me grita Verónica desde el rincón con el que sonríe con su amiga.
-Si la meto yo me lo das a mi -le responde Paco.
-Para un beso mío deberías meterla de espaldas desde medio campo y dos veces seguidas -le dice Verónica a Paco mientras todos ríen.
Así que yo me preparo para el tiro más importante de mi vida, ni finales de campeonatos, ni partidos a muerte a altas horas de la noche, ni final de la NBA ni nada parecido. Este es el gran momento, me dirijo botando al centro de la cancha, me concentro, veo que la canasta está muy lejos, el aro me parece enano y la pelota enorme, sé que es posible y lo conseguiré. Lanzo, el balón vuela, todos miran, saben que hay premio importante, el mejor de todos para mí. Hacia allí va la bola, rebota en el aire, se eleva hacia arriba, cae de nuevo en el aro y se larga lejos de la red. Un “uy” nace en todas las gargantas, silencio que rompe Paco diciendo, “ahora lo pruebo yo de espaldas.”
Años después Paco fue novio de Verónica, salieron durante algunos años, muchos creían que terminarían casados, pero no fue así, Paco conoció a la que sería su mujer y dejó a Verónica tirando balones de espaldas en alguna cancha de baloncesto huérfana de risas y amigos.
El sol se largó, la noche ganó y era hora de irse a casa. Choque de manos con los amigos y andando hacia casa. Alguna televisión encendida con el Telediario de la noche amenizaba el hilo musical del pueblo silencioso. Mis pasos y mi soledad.
-Espera tonto, escuché a mi espalda.
Era Verónica, con su sonrisa, la más hermosa que había visto nunca, con su pelo rubio flotando en el aire, ese desparpajo que tienen las adolescentes y que caduca con la edad -eso también me lo contó mi tío-.
-Hola Verónica, creía que te habías ido con tus amigas. No te he dicho nada, que estabais todas juntas y me daba corte despedirme de ti -el corazón me iba a mil, notaba un sudor frío y luego calor, creía que estaba mareado pero al instante creía estar en el nirvana.
-¿Creías que te dejaría escapar sin el beso? Has tocado el aro y eso ya merecía una recompensa.
La tenía a pocos centímetros, no podía dejar de mirar sus ojos, lo más hermoso del mundo, parad el mundo que yo me bajo en esta estación y me quedo a vivir aquí siempre. Y nos besamos, fue suave, lento, húmedo, la abracé y la estreche entre mis brazos, que no termine nunca, pero terminó. Ese verano volvimos a besarnos, nos escondíamos donde todas las parejas sabían que estaban los escondites, era nuestro juego secreto, nuestro juego favorito, que un día terminó. Las hormonas adolescentes son más potentes que cualquier otra droga, consiguen que veamos el mundo de forma diferente en horas o minutos, el impulso nos gobierna, y eso mola mucho. También me dice mi tío que eso se pierde con la edad, por eso todo nos parece más aburrido, no porque lo sea, si no porque las hormonas ya han dejado de bailar rock y se conforman con las lentas del final de fiesta.
Y el verano avanzó. Besé y le toqué los pechos a otra chica, también de Madrid, Marta. Ella me decía que le gustaba, una vez me dijo que me quería, y yo sólo me pensaba en Verónica. Repetía en mi cabeza lo que le diría cuando la viera, mi plan para que volviera conmigo, pero nunca ocurrió, ni mis frases tenían poder mágico ni mis planes iban a ningún lugar. No podía competir con un chico que llevaba una moto de ochenta centímetro cúbicos que molaba más que cualquier otra moto que hubiera visto en mi vida. Perdí esta batalla, perderé más luchas, per en algunas saldré victorioso.
Pero no solo de chicas vivimos los adolescentes. Una canasta que encesté en la última jugada contra un equipo de COU, que todos nos sacaban dos palmos pero eran un poco malos, eso también hay que decirlo. Lo celebramos como la Copa de Europa, la pista repleta de gente, en el pueblo cuando anochece pocas cosas hay que hacer, ver los partidillos de baloncesto es lo más emocionante y económico que tenemos en el pueblo. La carrera ciclista que estuvimos preparando durante un mes, como si fuéramos a disputar el Tour de Francia, y mis amigos y yo fuimos acompañando el coche escoba durante toda la carrera, que buenos eran esos flacuchos de piernas ínfimas. Las orquestas de las fiestas mayores, y sus canciones para viejos de la primera parte y las nuestras después, Alaska, Loquillos, Sabina, Dire Straits, los Rolling…. Que genios, que cracks.
Y el pedo que se pilló José, que creía que la botella de Coca Cola no llevaba nada de alcohol, pero no era necesario beberse los dos litros de tres tragos, y llevaba poco vodka, por eso no tuvo el sentido del gusto despierto. Que borrachera más tonta. Al principio creíamos que nos estaba vacilando, pero todo fue subiendo de tono y vimos que algo no funcionaba cuando se subió a la fuente a cantar, con vaso de agua en la mano, nuestra canción de Alaska.
La gente me señala
Me apunta con el dedo
Susurra a mis espaldas
Y a mí me importa un bledo
¿Qué más me da?
Si soy distinta a ellos
No soy de nadie
No tengo dueño
Yo sé que me critican
Me consta que me odian
La envidia les corroe
Mi vida les agobia
¿Por qué será?
Yo no tengo la culpa
Mis circunstancias les insultan
Mi destino es el que yo decido
El que yo elijo para mí
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, así seguiré
Nunca cambiaré
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, así seguiré
Nunca cambiaré.
Nuestro himno oficioso, nuestra canción de rebeldía. Como dicen los mayores todos cambiamos y la mayoría de veces a peor, pero ese sigue siendo nuestra canción, y por encima de todo la canción de José. Cuando terminó de cantar bajó de la fuente, todo digno hizo una reverencia al público, dio un par de pasos rápidos hacia la parte posterior del primer árbol que encontró y allí vació una parte de lo que tenía en el estómago, siguió vaciando cinco o seis veces más. Los colegas nos quedamos con él, primero le vacilábamos, pero vimos que no se defendía y eso no tenía gracia. Así que le hicimos compañía hasta que se durmió, entonces lo pillamos entre todos y lo llevamos a su casa. Algo de ruido hicimos al entrar, porqué todas las luces se encendieron, y como héroes que somos lo dejamos sentado en las escaleras de la entrada, que por eso su padre y su madre quisieron tener hijos, para cumplir con sus responsabilidades y subir a su hijo en brazos hasta su habitación.
Como me gusta lo que he vivido, cuanta diversión queda por venir.