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Las murallas de Ávila nos saludan el caluroso día de septiembre. Mi padre me cuenta una historia de su juventud, de una guerra que había terminado, de la pobreza, de las risas para combatir el hambre, las cartillas racionamiento, la suerte de seguir vivos y de agradecer cada día lo que tenemos. De los niños que murieron durante esos años por enfermedades que no se podían curar, de lo bien que estamos ahora y que debemos aprovechar el momento, porque es el nuestro y de nadie más. Que empiezo una nueva etapa, que me cambiará para siempre. Primero de BUP, lejos de casa, viviendo en un internado, haré nuevos amigos y algunos serán para siempre. Aprovecha la gran suerte que tienes, me dice, vívelo todo intensamente. Cuando estudies como si te fuera la vida en ello, cuando juegues a baloncesto como si ese fuera el último partido de tu vida, cuando salgas con los amigos disfrútalo como si no hubiera un mañana. Vive estos años con ilusión y alegría, porque no volverán jamás. Y se pone a recitar un poema que lo he escuchado cientos de veces, cuando está con su chupito de bourbon después de la comida dominical, y nos mira a todos y siempre lo presenta igual, “de esa gran película de Natalie Wood y Warren Beaty, “Esplendor en la Hierba”, Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que en mi juventud me deslumbraba. Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo.
Mi padre no tiene una mirada triste ni alegre, todo desprende melancolía, recordando los tiempos que él vivió y que no volverán jamás, y por lo que cuenta fueron días más difíciles que los míos. Él no tuvo tantas cosas como las que yo tengo ni tantas oportunidades como yo tendré.
La residencia es de piedra castellana, a juego con la de la muralla. Un lugar duro para gente dura. “Gaudeamus igitur iuvenes dum sumus” está tallado sobre la puerta de la entrada, “Disfrutemos pues, mientras aún somos jóvenes.” Nos cuentan que fue el lema del fundador del internado, en el Siglo XVI, una excéntrico erudito que tuvo la suerte de recibir una gran herencia de su padre, y que lo invirtió todo en su escuela. Era un fan incondicional de Epicuro de Samos y su filosofía, el Epicureísmo. Contrató a mujeres para hacer de profesoras, algo que no era nada habitual en esos años. Las ideas políticas no tenían cabida en la filosofía de la escuela, aunque en esos tiempos la política debía ser muy diferente a lo que entendemos hoy por política. Andaban por aquí los reyes y hacían lo que querían, cobraban más o menos impuestos según las guerras o sus placeres. El pueblo estaría harto de lo desangraran y los que mandaban creían que no se llevaban lo suficiente de los que trabajaban, nada nuevo bajo el sol. “Duelo al sol”, que gran película, con Gregory Peck y Joseph Cotten, los viernes en el cine de pueblo, por la noche, esos westerns que nos muestran un mundo de leyes sencillas y violentas.
Los Epicúreos hablan del placer como meta, tanto intelectual como física, y buscar la ausencia de dolor y miedo era uno de los objetivos, siendo el último fin la vida sencilla. Podríamos decir que este fue el primer colegio hippie de toda la historia. Y según me contó mi madre, todo esta filosofía la siguen manteniendo, y a ella le encanta, por eso me mandaron a este colegio. No se habla de política, no son ni de derechas ni de izquierdas, ni del Rey ni Republicanos, para hablar de política ya lo haremos cuando seamos mayores, o no lo haremos, que por mucho que hablemos los que mandan siempre hacen lo que les sale de sus partes.
Mi padre que no leyó jamás filosofía tiene la misma filosofía que esos sabios griegos. No hay sólo un camino para llegar al mismo puerto.
Me mandaron a la ciudad porque en el pueblo uno no puede estudiar BUP, no somos tantos los que seguimos con los libros, muchos dejan de estudiar y empiezan a trabajar, la mayoría en los negocios de la familia. Otros pueden hacer también FP, Formación Profesional, y aprender durante unos años una profesión. Debemos elegir una parte muy importante de nuestro futuro con catorce años, y la mayoría de veces es lo que quieren nuestros padres, que terminan tomando las decisiones por nosotros. Somos unos críos aunque alguno ya se afeite cuatro pelos y otro sea el más alto de la familia, pero en la sesera hay lo que hay, que todavía no es mucho. Estoy seguro que muchos que se han quedado trabajando en el campo podrían venir aquí a estudiar, y se sacarían una carrera, pero su mundo le ha mostrado otro sendero y no es fácil salir de este cuando eres un adolescente. Si se ve a la legua que los tíos somos unos inmaduros, las chicas de nuestra edad nos dan mil vueltas, nosotros seguimos con la pelota y haciendo competiciones de quién se tira el pedo más asqueroso, mientras que ellas ya están en otro nivel. Ellas están más cerca de las chicas de veinte que de los chicos que tenemos su edad. Con todo esto debemos elegir nuestro futuro en este momento, el mundo está loco.
Cuando entro en la escuela un grupo de niños está cantando la canción que seguramente no dejará de sonar durante los próximos cuatro años.
Alegrémonos pues,
mientras seamos jóvenes.
Tras la divertida juventud,
tras la incómoda vejez,
nos recibirá la tierra.
¿Dónde están los que antes que nosotros
pasaron por el mundo?
Subid al mundo de los cielos,
descended a los infiernos,
donde ellos ya estuvieron.
Viva la Universidad,
vivan los profesores.
Vivan todos y cada uno
de sus miembros,
resplandezcan siempre.
Nuestra vida es corta,
en breve se acaba.
Viene la muerte velozmente,
nos arrastra cruelmente,
no respeta a nadie.
¡Viva nuestra sociedad!
¡Vivan los que estudian!
Que crezca la única verdad,
que florezca la fraternidad
y la prosperidad de la patria.
Viva también el Estado,
y quien lo dirige.
Viva nuestra ciudad,
y la generosidad de los mecenas
que aquí nos acoge.
Muera la tristeza,
mueran los que odian.
Muera el diablo,
cualquier otro monstruo,
y quienes se burlan.
Florezca la Alma Mater
que nos ha educado,
y ha reunido a los queridos compañeros
que por regiones alejadas
estaban dispersos.
-Me llamo Ricardo, me llaman Rick, menos mi madre y mis abuelas que me llaman Ricardito. Cuando estemos en la cancha de baloncesto llámame Larry
Así me recibe mi compañero de cuarto. También juega a baloncesto y se presentará a las pruebas para entrar en el equipo del colegio el próximo jueves. Cuando entro en la habitación veo que seremos grandes amigos, por como sonríe, por la revista “Nuevo Basket” que está leyendo, por sus pies que ya han ambientado su habitación y por el póster de Larry Bird que ha colgado en la pared. No se parece nada a ese blanquito de Indiana, con pinta de currante, que su único deseo es que pase la tarde para tomarse sus cervezas con los colegas en el bar del pueblo. Rick es muy moreno, de cejas pobladas, delgado y con unas piernas que parece físicamente imposible que sujeten ese cuerpo.
La noche anterior a la prueba para el equipo del colegio estaba muy nervioso, si no podía jugar a baloncesto me volvería loco, era lo que más deseaba. La época de estudiante es la mejor de la vida dice mi madre, mi padre lo enfoca de otra manera, una hora de estudio de hoy son mil pesetas de mañana.
Llegamos al campo de fútbol donde nos habían citado para hacernos las pruebas. Veo a muchísimos chicos y chicas de todas las edades, pienso que la competencia será dura, pero estoy preparado, siempre se me ha dado bien jugar y era uno de los mejores de mi liga, tengo que estar tranquilo, todo saldrá bien, puedo con esto, y si no me pillan hablaré con el entrenador para llevar las toallas en los partidos, pero que me deje entrenar con ellos para mejorar. Un entrenador, con un pitillo en los labios nos espera a todos, lleva un chándal azul que muestra una barriga tonel de veinte litros, se sube al podio, grita algo ininteligible y todos callamos.
-Bienvenidos. Ahora empezaremos a distribuirnos con los diferentes entrenadores. Los de fútbol ya pueden ir hacia el Señor García que os llevará a correr un ratito para ver si sabéis correr, y con eso ya tendremos mucho ganado.
La mayoría de chicos se van con el profe de fútbol. Quedan muchas chicas y algunos chicos.
-Bien, los de rugby con el Señor Edwards -armarios, gordos, flacos, altos, bajos van hacia allí, el rugby es para todos-. Los del vóley con la Señora Torres. Los de balonmano con el Señor Masip -la inmensa mayoría ya ha desaparecido del campo-. Los que quedáis debéis ser los de baloncesto, ahora vendrá vuestro profesor a recogeros, se habrá perdido, es nuevo, y ya sabéis que Ávila es muy grande y es complicado llegar a este colegio que tiene cientos de años. -Silencio incómodo. No sabes que hacer, si ha terminado todo esto y puedes hablar o si abres la boca te llevarás la bronca, así que lo mejor es esperar que otro diga algo para ver hacia donde sopla el viento.
-Por allí llega el Señor Bird, el que llevará el equipo de baloncesto de primero y segundo de BUP.
-Es una señal, es una puta señal, se llama Bird, se llama Bird -me dice Rick a la oreja, pero lo escucha la chica que tenemos cerca, ella sonríe. Pelo corto, sonrisa hermosa, jugará a baloncesto, me he enamorado. Soy un adolescente, todo es sencillo y básico. Los sentimientos van de cero a cien, no admite ningún tipo de gris.
-Seguidme al pabellón- dice el Señor Bird. Es rubio, alto, con bigote y con acento guiri.
No creo que quede fuera del equipo, somos doce niños. Las chicas podrán hacer un par de equipos, son más de veinte.
-Bien, enseñadme lo que sabéis hacer. Empezaremos con unas entradas.
-¿Qué es una entrada? -Pregunta el más alto del equipo.
Creía que venía a un equipo casi profesional de la capital, y veo que me he alistado en el ejercito de Pancho Villa. Paciencia hijo, paciencia, dice mi madre.
-Una entrada es llegar lo mas cerca posible de la canasta y tirar -contesta Bird con cara de que no le sorprende la pregunta.
-Pues podría decir “tirar de cerca” qué es más sencillo -responde el que será nuestro pívot.
-Hijo, ¿has jugado alguna vez a baloncesto?
-Nunca señor, yo venía para las pruebas de fútbol, pero cuando he visto que el rollo que tienen es el de correr y que encima se me da mal, he visto mi futuro. Correr todo el día para sentarme en el banquillo todos los partidos. Así que cuando he visto que era el más alto de todos me he dicho, Fernando vete al baloncesto que allí te harán jugar seguro, que el resto son más canijos que tú -los ojos abiertos de Bird.- Pero nada de preocuparse, que yo aprendo rápido. Las ecuaciones de segundo grado las pillé en una tarde, hacerlas bien ya me dio más trabajo.
Aquí empieza la primera temporada de mi nuevo equipo “Colegio Samos”.