La noche anterior al gran día (2.1)
Primera parte del segundo capítulo de "Una Novela de Baloncesto"
Foto: The Madrid Edition.
Si no has leído el capítulo anterior, lo puedes leer aquí.
-Xavi, no me lo creo, y estoy aquí viviéndolo. Mañana jugáis la final de la Euroliga, con este equipo por el que nadie apostaba. Sólo tú y esa panda de locos teníais confianza en poder llegar aquí. Y ese principio de temporada, donde los de mi gremio creían que iban a echarte, que ya no tenías más crédito, que los éxitos de la temporada pasada habían sido una casualidad, y mírate, a menos de 24 horas de jugar la final del gran torneo europeo. Me pinchan y sangro -dice Vytautas, el periodista que lleva los tres últimos años pegado a Xavi, el entrenador del Zalguiris Kaunas durante todo este tiempo.
-Es me pinchan y no sangro -corrige Xavi mientras deja el gin tonic tras el primer trago.
-Es que yo soy de sangrar mucho, ya me lo dijo mi médico, pocas plaquetas o algo así -responde el periodista.
-A ti lo que te falta es sangre, algo más de pasión, dejar ese carácter helado en la calle y abrirte al calor latino. En todos estos años que te conozco sólo te he visto sacar tu auténtico yo después de la cuarta o quinta cerveza. Eres hielo, un hielo cojonudo, pero hielo -Xavi habla mientras juega con los hielos de su copa.
El bar del hotel no tiene casi luz, toda nace tras la barra, donde se ordenan decenas de botellas de bourbon, ginebra, whisky, ron. La de Absenta la tiene escondida el camarero amante de las propinas. Por un puñado de euros puedes beber el cóctel de Ernest Hemingway, ‘Death in the Afternoon’, mezclando champagne y absenta. “Bebe como un genio para ser un genio”, una de las frases más usadas por Xavi fuera de las ruedas de prensa. Ante los micrófonos es más de “el partido ha sido difícil”, “ambos hemos merecido la victoria”, “la suerte ha estado de nuestro lado, en el próximo partido puede estar del otro lado y entonces los derrotados seremos nosotros”, “con más esfuerzo conseguiremos mejores resultados”, “el trabajo es la base del éxito” y así una retahíla de frases que cabrían perfectamente en cualquier manual del entrenador políticamente correcto, los que molan ahora a las competiciones y a los clubes. La mesa limpia, las cuchilladas por debajo de los manteles.
Faltan tipos como Bobby Knight, ““Cuando mi tiempo en la tierra se acabe y mis actividades aquí concluyan, quiero que me entierren cabeza abajo y así mis críticos podrán besarme el culo.” “El día de mi muerte, pensaré en lo geniales que fueron los fans en Indiana. Y en cuanto a la jefes de la Universidad de Indiana en ese momento, no les tengo ningún respeto. Con eso en mente, no tengo ningún interés en volver jamás a esa Universidad, espero que estén todos muertos”. "Si la NBA estuviera en el canal cinco y un grupo de ranas haciendo el amor estuvieran en el canal cuatro, yo miraría a las ranas, incluso si se viera el canal borroso". “¿Recuerdas cuando eras niño y creías en Santa Claus? Hoy en día no hay mucha diferencia entre Santa Claus y yo, ¿sabes? Somos dos tipos adorables con sobrepeso que los niños aman con todo su ser”. Y la mejor, "No creo haber estado nunca fuera de control". Una vez lanzó una silla al centro de la pista porque no estaba de acuerdo con lo que el árbitro señaló, zarandeaba a sus jugadores con cierta dosis de violencia. En 1979, en los Juegos Panamericanos fue detenido por enfrentarse a un policía. Y nunca estuvo fuera de control, era así. Ahora faltan tipos con este, es todo tan correcto y muchas veces tan aburrido.
-Los lituanos somos menos fríos de lo que parecemos -replica Vytautas, mientras su organismo desea fumarse un cigarrillo, una parte de su cerebro lo frena diciendo que las normas sociales no lo permiten, y la parte consciente sigue hablando-. Recuerdo que una de mis novias me dijo que de todas las veces que nos habíamos acostado, un par fueron muy pasionales -sonríe-. Tú eres demasiado pasional, por ese motivo crees que los demás no lo somos.
-Eres un puto congelador Vytautas, un jodido congelador de las tierras del Norte.
-Tú eres fuego. Tomaste tus decisiones con el corazón, y por encima de todo con los huevos. Dejaste a tu mujer por una modelo lituana. Cuando la conociste ya viste que sólo podía traer problemas, y ahí estabas tú, lanzándote de cabeza a las catacumbas. Tu vida ha sido una suma des testosterona, adrenalina, dopamina, oxitocina y un pequeño porcentaje de cabeza fría.
-Y no me ha ido mal.
-Nada mal, pero aumentado el grado de frío en tu carácter te podría haber ido mejor.
-En eso puedes o no puedes tener razón -hablan los genes gallegos de un castellano de madre catalana y padre que descendía de los Celtas.
-Te largaste a Francia a entrenar por una discusión de bar en el club en el que estabas, un malentendido que podrías haber arreglado con una conversación tranquila y reposada, pero tú eras más que todo eso tan humano -Xavi escuchaba, asentía pero discrepaba, creía que su salida había sido lo mejor, lo había llevado a la noche de hoy, a unas horas de poder ganar la Euroliga, todo lo hecho me llevó aquí, así que tan malo no puede ser, se repetía día tras día, cuando veía que su soledad era un peso enorme para un espíritu exhausto-. En París no te fue nada mal, nació tu hija, el viento soplaba de popa a proa. Allí te adoraban, te propusieron un contrato vitalicio de entrenador o secretario técnico, el Popovich de París, la vida solucionada en el mundo del baloncesto, y llegó esa noche que parecía una más, que te invitaron a una exposición de un artista francés que le interesaba a tu mujer, si ella no hubiera estudiado historia del arte no hubierais estado allí y todo hubiera sido diferente.
Y de nuevo el mismo razonamiento “infecta” la conciencia de Xavi, esa noche en que todo cambió por una suma de circunstancias, multiplicación de cientos de casualidades, y no deja de recordarse la misma historia.
Llovía en París, era el mes de febrero y hacía uno de esos días que no apetece para nada salir de casa, como dicen los ingleses, estaban lloviendo gatos y perros. “Qué bien estaría en el sofá viendo una serie, sin nada de baloncesto y mañana será otro día.” Pero Carmen ya llevaba día recordándome que quería ir a esa exposición del artista lituano, que le encantaba su pintura, su colección de cuadros que reflejaban la guerra fría de forma tan exacta. Como decía ella, “te transportaba al otro lado del Telón de Acero. Con unas pinceladas magistrales te hundía en el mundo del comunismo, de la falta de libertad de pensamiento, de la lucha, de la colectivización, de la idea utópica que era tan real, de esa nación encajada en la gran URSS, Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Todo eso en un sus cuadros. Y quiero uno, creo que nos lo podemos permitir.” Y esa noche, antes de salir, me dijo que le dolía todo el cuerpo, que estaba incubando algo, y allí vi mi salvación, que hubiera sido la nuestra, pero el destino siguió jugando sus dados. Se tomó un paracetamol, paramos un taxi en la calle y nos fuimos a la iluminada galería de arte. Esos tres pisos rebosantes de luz en un París lluvioso, nocturno y melancólico.
Cuando entramos vi que ese no era mi lugar, mi traje caro y elegante era lo más estrafalario en un lugar de vestidos rojos abombados, ropa que no verías jamás por la calle, pelos de todos los colores, maquillaje de Grand Guignol, baile de disfraces, risas estridentes, susurros ruidosos, cuadros de vivos colores que mi mujer admiraba y yo veía mientras mi mente viajaba a cualquier otro lugar. Todo demasiado chic para un tío de pueblo como yo, y encima era el más alto de todos, con mi corbata azul y ese aspecto de haber venido de otro planeta, el que se encontraba cruzando la puerta de salida.
El artista se nos acercó, conocía a mi mujer y supongo que mi cara también debía estar en algún lugar de su creativa mente. Mi jeta estaba en algunos enormes carteles de París, me habían nombrado el deportista más atractivo de ese año, y era entrenador. Contaron que ya estaban cansados de jóvenes musculosos con poca conversación, así que pillaron a un madurito con poco músculo y más labia. Sabía que ser entrenador del equipo de moda de París durante esa época y que el presidente del club fuera el dueño de la Revista que concedía ese premio también había ayudado bastante. Mi mujer dijo que quería comprar uno de sus cuadros, y el pintor no tardó ni medio segundo en cogerla del brazo y llevársela a recorrer la exposición con ella. El arte es hermoso, el dinero necesario.
-Eres Xavi, ¿no?
Y allí estaba ella, una rubia de ojos claros y pelo liso hasta el nacimiento del cuello. No había visto un rostro tan hermoso en mi vida. Durante centésimas mi subconsciente viajó a mi infancia, cuando era un crío y pensaba en la mujer de mi vida. Veía ese rostro, ningún otro. La luz hacia sus ojos, el océano ante mi, su cara iluminando la oscuridad de la exposición. No tenía respuesta a una pregunta tan básica -eres Xavi, ¿no?- porque quería hablarle sin cesar, quería conocerla, tenerla, mirarla siempre. No era amor a primera vista, era un nivel superior en el juego de la conquista. Había quemado mil etapas en segundos, sabía lo que quería sin plantearme ningún atajo, ir directo al alma de la mujer más hermosa del mundo.
-Si, soy yo, ¿y tú quién eres?
-Me llamo Galiza, soy fotógrafa y vivo en París.
Esa sonrisa después de pronunciar París, esa sonrisa que siempre recuerdo. Después la vi sonreír muchísimas más veces, también llorar, sufrir, dormir, reír. La vi tanto, la sigo viendo, pero cuando busco algún buen recuerdo que de sentido a todo lo que hice, siempre recuerdo esa sonrisa. La oscuridad del lugar, la luz en su rostro y ella.
No podía dejar de mirarla, escuchaba cada una de sus palabras pronunciadas en un francés celestial. Todo el Universo éramos nosotros dos, en esa galería de arte que se había transmutado en una pareja que no dejaba de mirarse. Y el Influenzavirus allanó el camino que debía recorrerse, cuando mi mujer me dijo que ya no podía más, que la fiebre no la dejaba pensar con claridad y que se iba. Yo le conté que había visto un par de directivos del equipo y que aprovecharía para hablar con ellos. No era la primera vez que mentía a Carmen, llevábamos muchos años casados y algunas mentiras nos habíamos estado contando. La mayoría inocentes, para no empezar unas discusiones que no llevarían a ningún puerto productivo, sólo nos proporcionarían unas horas de caras largas y hastío. Nunca le había mentido así, para quedarme con Galiza, hubiera contado lo que fuera por estar unos minutos más con ella. Sólo quería eso. Como Ricardo III, gritando “Mi reino por un caballo”, cuando veía que si no huía la muerte le arrancaría la vida, así estaba yo, cualquier cosa por estar con ella durante ese momento que no puedo olvidar y que siempre me acompaña. Después siguió lo carnal, en un hotel de demasiadas estrellas, durante una hora o tal vez menos. Un gesto sólo para certificar lo que los dos sabíamos, que había nacido la destrucción de mi familia.
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