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Jugar en un equipo con jugadores de poco nivel tiene sus ventajas para alguien como yo, un chaval al que no se le da mal jugar al baloncesto. Destaco por encima de los demás, parezco mucho mejor de lo realmente soy. En algunos partidos recibo un doble marcaje, no porque sea una estrella o un fenómeno del deporte, el “Magic” chocolate blanco o el “Pistolero” Pete Marvich del otro lado del charco, no es nada de eso. Vienen dos a por mí, porque alguno de mis compañeros puede quedarse solos sin marcaje durante todo el partido. El resultado es el mismo estando solos que acompañados, cero patatero en todas las estadísticas. Tienen menos peligro que un tirachinas en el desembarco de Normandía. Me llegan la mayoría de balones, me buscan siempre y con eso se da la impresión de que soy un jugador de mucha clase, cuando no soy más que un chico que no juega mal al baloncesto en un equipo de un colegio de Ávila. El problema que tenemos, es que por muy bueno que yo parezca el equipo no mejora, podemos ganar algún partido contra alguna banda como la nuestra, pero poco más. Cuando nos enfrentamos a un equipo formado y con cuatro fundamentos perdemos o nos ganan seguro, que para nuestro entrenador, cuando se pone en plan Søren Kierkegaard, nos explica la sutil diferencia entre ambos conceptos, perder y no ganar, que no es lo mismo, aunque el final sea igual. En el país de los ciegos el tuerto es el rey, y yo soy ese monarca, y para desgracia de nuestro Reino no soy Ricardo Corazón de León, soy más, soy más pulmón de lagartija. Exagero, como siempre, el equipo no es tan desastroso, Rick no lo hace nada mal y Fernando, con sus enormes brazos y con las ganas que tiene por mejorar, cada día va jugando cada vez mejor. El resto de la peña ya es otra historia.
Y andaba yo hacia la ducha después del entrenamiento, acompañado de estos pensamientos, cuando escuche mi nombre.
-Xavi, ven aquí, quiero hablar un momento contigo -me llama Bird, en su postura habitual de “hay algo importante que quiero comunicarte”, piernas abiertas, brazos cruzados, su chándal verde y el silbato saltando en su tórax.
-Ahora vengo señor -las miradas rápidas hacia mi del equipo, para después mirar al frente, mejor no tener muchas palabras con el entrenador cuando no se ha corrido lo necesario en el entrenamiento, se han fallado tiros fáciles, demasiadas risas y encima parece cabreado.
-Muy buena temporada Xavi -me dice-. Estás metiendo muchos puntos por partido, cogiendo muchos rebotes, jugando una gran cantidad de minutos. Estás haciendo lo que quieres en la cancha. Si esto fuera la NBA te salías en las estadísticas, y estarías todo el día en la tele. Pero esto no es Estados Unidos, ni somos profesionales. Somos el equipo de un colegio, y el equipo pierde mientras mi mejor jugador tira como un loco y se harta a meter puntos que sirven… -me mira a los ojos-. ¿Para que cojones sirven todos tus puntos?
Silencio
-No sirven para una mierda -me dice-, no tienen ninguna utilidad si el equipo no gana. Puede que creas que para ti esto es un gran éxito, porque vendrá aquí un ojeador del Móstoles o del Cantamañanas de los Cojones y te querrá fichar. Te pagarán cuatro duros y con treinta años estarán sin trabajo, sin estudios y con cien pesetas en el bolsillo. Eras un crack del baloncesto porque metías muchos puntos y todo para ti, pero tu equipo siempre perdía, y esa estadística la vemos los que sabemos de esto, los otros miran solamente los numeritos de cada jugador. Si eres un base que no sabe hacer ganar a su equipo no sirves para esto. Podrás jugar en el colegio, y en equipos perdidos en el culo del mundo, pero para nada más.
-Yo lo hago lo mejor que puedo -noto una lágrima que quiere salir, una rabia interna, un “no puedo explicar todo lo que siento porque lloraré”. Soy el que corre más del equipo, el que más se esfuerza, el que va a por todas, nunca me rindo, lucho cada balón y resulta que el problema del equipo soy yo, no es justo, no me merezco esta bronca.
-Xavi, esto no es una bronca, ni lo estás haciendo mal, pero debes dar un paso al frente y empezar a entender el juego. Esto no va de que uno consiga grandes jugadas o muchos puntos, este deporte sólo va de una cosa, que el equipo gane. Y si para ganar tuvieras que no tirar ni una vez y quedarte defendiendo debajo del aro, eso es lo que tendrías que hacer. El objetivo es ganar, como cuando jugáis partidas al mus, lo que cuenta no es que tú juegues muy bien tus cartas, lo que tienes que conseguir es ganar la partida con tu compañero.
-Pero yo ya hago todo lo que puedo -las lágrimas inexistentes dan paso a una rabia que es hija de la impotencia-. Busco al compañero desmarcado, pero se quedan quietos y no se libran de su marcador, esperan que todo lo arregle yo. No van al rebote, algunos ni salen al contraataque. Rick corre muchas veces como un pollo sin cabeza, creo que nunca sabe donde va, ni en la pista ni en el vida -risas-. Está moviéndose y tiene todas sus neuronas ocupadas en el movimiento -tomo aire-. Fernando tiene dos posiciones, debajo de la canasta o fuera de la botella, dos pasitos hacia adelante, dos hacia atrás. Y nosotros somos los tres que más controlamos, y ya no te digo el resto, que parece que el balón tenga sífilis, y lo quieren a más de cinco metros -no sé si pensaba todo lo que he dicho, pero ya ha salido de mi boca.
Bird me mira, no dice nada. Levanta la vista hacia el cielo, una nube tiene forma de mariposa con alas asimétricas, la estela de un avión, el azul de Ávila que no es el mismo que el de Boston. Una paloma se caga en mi hombro.
-Ese es todo el trabajo que tenemos que hacer, conseguir que todos estos desajustes desaparezcan, y para lograrlo te necesito. Eres nuestro base, el director de esta orquesta. Debes lograr que el equipo juegue mejor, y yo puedo explicar toda la teoría que quieras, dar mil consejos, pero no estoy en la cancha. Allí estás tú, y esa es desde ahora tu misión. Hacer que tus compañeros sean mucho mejores y que el equipo de un paso hacia delante. ¿Cómo lo vas a hacer?
-Ni idea jefe.
-Yo tampoco conozco la fórmula mágica, si lo supiera no estaría en un equipo de una escuela, estaría entrenando en alguna Universidad de los Estados Unidos. Pero te puedo dar algún consejo para empezar -con la mirada me dice que nos sentemos en las gradas de nuestra minúscula cancha-. Cuando te marquen dos jugadores piensa en las matemáticas, si dos están contigo es que en la pista están jugando un cuatro contra tres, ábrete y haz que tus compañeros se encarguen del resto, atacar rápido con una superioridad numérica.
-No suena mal.
-Busca primero la asistencia y luego el tiro, haz que todos se sientan partícipes del equipo. Debemos conseguir que todos los jugadores anoten una canasta por partido, como mínimo. Ellos no han de ser uno más, han de ser parte del Todo. Ángel está todo el partido defendiendo como un loco, no deja de correr, pero cuando llega el momento del ataque se esconde, lo tenemos que sacar de su escondite, que empiece a tirar, cinco o seis veces por partido mínimo, que no sea sólo un perro de presa, que también salga a destrozar las defensas rivales…
Y así estuvimos charlando hasta qué la luz del sol desapareció, se abrieron las luces de la cancha. Gracias Higinio, nunca nos fallaste, siempre al lado de los alumnos, el bedel perfecto. Empezó a hacer frío y continuábamos hablando, de baloncesto, de la vida, del futuro, de ser excelsos, de hacer que los demás sean mejores. En mi vida he tenido millares de conversaciones sobre baloncesto, pero ninguna como esta. Me cambió la vida, una lección para todos esos que dicen que las palabras se las lleva el viento, muchas se quedan en las almas para siempre.
PD: No creáis que después de esta charla el equipo empezó a ganar todos los partidos, fuimos mucho mejores y terminamos campeones de liga ese año contra todo pronóstico. No, eso no fue así, esto no es una película de Hollywood, o una americanada como la llamábamos nosotros, esto es la vida real. Empezamos a jugar mejor, ya no metía yo la mayoría de puntos, en algunos partidos no fui el máximo anotador de mi equipo. Íbamos mejorando día a día, pero seguíamos perdiendo contra los buenos, ganando a los malos y contra los de nuestro nivel había de todo un poco. Esa charla, y otras muchas que tendría con Bird hicieron cambiar mi visión del baloncesto, para hacerme mejorar en el aspecto fundamental del juego, conseguir que el equipo sea mejor hoy que ayer. Llegué a la élite en el mundo del baloncesto por una suma de casualidades, podríamos llamarlo suerte, porque gente tan buena como yo había a puñados, pero también por haber tenido un gran entrenador que me formó como jugador y como persona. Los grandes maestros hacen mejorar a todos los alumnos, y a los alumnos excelentes los llevan al siguiente nivel, una tierra que muy pocos privilegiados pueden pisar.