Fuente Foto: Wales Online
Es domingo, el día donde no podemos tocar el balón, no sólo de pelotas se alimenta el alma. Nos despiertan a las ocho. Bajamos al comedor. Allí nos espera un desayuno repleto de zumos, leche, chocolate en taza, cola cao, pastelitos, bollos, tartas, bizcochos, hojaldres. Azúcar al poder. Mi tío Francisco, que está entre devorar libros y perseguir mujeres, no deja de repetir en cada comida familiar que tomamos demasiado azúcar. Nos cuenta que unos científicos americanos -cuando uno escucha América se pone en pie. Ya sabes que de allí viene algo bueno. Como cuando hablamos de los alemanes o los europeos en general. Siempre más listos que nosotros. Han sacado unos estudios que demuestran que tomar muchos dulces aumenta el riesgo de coger más enfermedades, de ganar peso, tener peor salud y vivir menos. Tonterías de extranjeros. ¿Qué hay mejor para desayunar que un buen tazón de chocolate con melindros? Te doy la respuesta de forma gratuita. Nada.
A las once debemos estar en la iglesia. La invadimos niños, adolescentes y profesores que no dejan de repetir: “¡Haced el favor de callaros! Este es un lugar santo.” Es una misa solo para nosotros. Onofre, el sacerdote de nuestro colegio, debe tener cinco años más que los más mayores del colegio. Viene a jugar a baloncesto con nosotros durante alguno de los patios. Es el mejor de todos con diferencia; nos cuenta que jugó hasta terminar los estudios. Que jugó en la selección de Castilla. Una canasta faltando dos segundos que les dio el título cadete de campeones de España. Jugó contra varios jugadores que están en Primera. Que no quiere vacilar, que eso es pecado, pero que era mejor que muchos de esos. Cada historia tiene un final; la suya es que dejó el baloncesto porque recibió una llamada de Dios.
-¿Te llamó a tu casa o al colegio?
-No es esa clase de llamada.
-¿Cómo sabías que era Dios y no un bromista?
-Por lo que sentí en ese momento. Como Santa Teresa: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero.”
-A veces me siento raro, ¿eso es que Dios me está llamando?
-Lo más seguro es que eso tuyo sea algún virus, los cambios hormonales o cualquier pensamiento que esté rondando por tu cabeza.
-Todo lo de la iglesia es muy misterioso.
-Por eso tenemos la fe, que lo abarca todo y esta elimina las dudas.
-Yo tengo fe en el Real Madrid.
-Yo en mi madre.
-Yo soy feo.
-Tú eres gilipollas.
-No digáis palabrotas.
-Vendrán un día los marcianos y se nos llevarán a todos.
-Nos comerán.
-Si te comen y te vomitan, ¿vuelves a vivir?
-Esos son los zombis.
-Los extraterrestres resucitarán a los muertos y no podremos vivir todos en este planeta.
-Pues nos iremos a otro lugar.
-Yo quiero ir a Marte.
-Es demasiado rojo.
-Si, es verdad, lo veríamos todo rojo.
-El rojo no gusta mucho en la iglesia.
-Esos son los de izquierdas, a los que llaman rojos. En muchas parroquias hay cristales de color rojo.
-¿Porque llaman rojos a los de izquierdas?
-Por los semáforos, que se ponen en rojo, es que no puedes pasar. En la guerra, los republicanos tenían un lema: “No pasarán”, y creo que es por eso.
-Respuesta incorrecta.
-Yo lo sé.
-Adelante.
-Todo empezó en Gales.
-Los galeses son los mejores. Derrotaron a los ingleses en el Cinco Naciones de 1979 por 27 a 3. Un 17 de marzo del 79, el día de San Patricio, patrón de Irlanda. Fue un hermoso día para los que le guardan rencor a la Pérfida Albión. Se jugaba en el Cardiff Arms Park. Gales tenía uno de los mejores equipos de toda la historia. Stuart Lane, Peter Morgan, Graham Price, Stanley Richardson, Jeff Squire, Allan Martin, M.G.Roberts, David Richards, Paul Ringer, Elgan Rees, JJ Williams, JPR Williams, Derek Quinnell, Terry Fenwick, Terry Holmes, Gareth Davies,Brynmor Williams y Clive Griffiths.
-Eres una enciclopedia de datos inútiles.
-Lo sé. Todos en pie. Cantemos el himno de Gales - canta él solo.
La tierra de mis padres es tan querida para mí, tierra de poetas y cantantes, famosos hombres de renombre. Sus bravos guerreros, maravillosos patriotas, por la libertad dieron su sangre.
Tierra, tierra, juro lealtad a mi tierra.
Mientras el mar sea su muro, que no pueda jamás caer el viejo idioma.
Viejo montañoso Gales, paraíso del bardo, adorados son sus valles y acantilados; por amor a la patria, son tan preciosos sus arroyos para mí.
Si el enemigo oprime mi tierra bajo sus pies, el viejo idioma de los galeses seguirá siempre vivo. La horrible mano de la traición no puede impedir la musa ni silenciar el arpa de mi país.
-Me gusta más la letra del himno español.
-Si no tiene.
-Por eso.
-Prefiero el himno francés, la Marsellesa. Bañándose con la sangre de los opresores.
¡A las armas, ciudadanos! ¡Formemos nuestros batallones! ¡Marchemos, marchemos! ¡Que la sangre de los impuros riegue nuestros campos!
-Puedo seguir con mi historia.
-Claro gafotas.
-Gafotas tú.
-Si no llevo gafas.
-Por eso. Un insulto es algo que uno no es; si fuera lo que uno es, sería un adjetivo calificativo.
-Mira que eres repelente.
-Un poco.
-Cuéntalo ya.
-Estamos en Gales del Sur. Mayo de 1831. Mineros del carbón y otros trabajadores se manifestaron en Merthyr Tydfil para reivindicar los mismos derechos por los que se lucha ahora: aumentar salarios y aumentar el empleo. Desfilaron bajo un par de banderas que pintaron con sangre de ternera. El rojo se convirtió en símbolo de la protesta de los trabajadores.
-Cuanto sabes.
-Veis, para esto sirve estudiar. Para saber de lo que uno está hablando. Vivimos en un mundo donde la mayoría repite como loros lo que escucha. Estamos dejando de pensar por nosotros mismos. Meditemos, tengamos ideas, leamos, descubramos, seamos uno y no otro más de la masa.
-Pero la religión quiere que todos seamos iguales, que pensemos lo mismo.
-Cierto. Pero cada uno debe acercarse a Dios como considere que es mejor para él. No hay sólo un camino hacia la verdad; todos tenemos el nuestro. El ejemplo más claro es San Agustín. No le gustaba estudiar; en sus años mozos se dedicó a perseguir mujeres, fiestas, diversión. Nada más alejado del cristianismo. Y después le apareció la señal y se convirtió en uno de los filósofos más importantes de la historia. “Conócete, acéptate, supérate.” Una frase para la vida y el deporte.
-¿También le llamó Dios?
-Si, recibió una señal.
-Pero en ese tiempo no había teléfonos. ¿Le mandó una carta?
-Si, y certificada. Se la mandó desde las Canarias donde estaba de vacaciones.
-Pues esperaré a ver si recibo algún mensaje. De momento sigo jugando a lo que me dejen.
-Mi frase favorita de San Agustín: “Obedeced más a los que enseñan que a los que mandan.” Así que todos a clase, que ya es tarde.
El Padre Onofre seguro que se pasa horas preparando los sermones, pero somos gente de poco escuchar. Mirar a las chicas de los bancos de la derecha es nuestra principal distracción durante los cuarenta y cinco minutos que dura la misa. Explican que los habitantes de Königsberg ponían en hora su reloj con los paseos de Immanuel Kant, por lo rutinarios y precisos que eran. Lo mismo podemos decir de nuestras misas: cuarenta y cinco minutos clavados.
Siempre tenemos ración de parábola. “¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo?” Dejad de criticar a vuestros compañeros de clase, a vuestros amigos. Que cada uno mire dentro de sí y encontrará toneladas de defectos. “En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.” Siempre nos reímos cuando escuchamos lo de ramera. Casi nos meamos cuando Joselín dijo: “no sé qué tiene que ver alguien colgado de un árbol con todo esto, ¿es que lo ahorcaron?” “El cielo y la tierra pasarán; mas mis palabras no pasarán.” Que no somos nada, que dentro de mil años nadie nos recordará, así que tranquilos, a nuestro paso, haciéndolo lo mejor que podamos y a ser felices.
Y cuando el reloj marca que faltan quince minutos para las doce, nos levantamos de nuestro banco, salimos en silencio y, cuando cruzamos la puerta del templo, entramos en nuestra libertad dominical.